A menudo nos preguntan por el fruto de los distintos árboles del género Sorbus: ¿son comestibles? ¿tienen algún interés? No es un tema complicado de averiguar en plena era de la información digital, claro, pero encontrar personas que hayan experimentado con estas frutas, o incluso que las hayan siquiera degustado, ya es más difícil.

De entrada, hay que decir que, con excepción del Sorbus domestica, que sí fue objeto de plantación con intención de obtener su fruto, las distintas especies de Sorbus no han recibido generalmente esa consideración en nuestros lares, tratándose de árboles puramente forestales.

De las jerbas, las frutas del jerbo, Sorbus domestica, ya hemos tratado en este blog con anterioridad. Sus racimos derivan en pequeñas manzanitas en unas variedades, o en peritas en otras, de piel amarilla u ocrácea con chapa de un rojo encendido. Con carne de textura muy similar a la de las peras, pero de sabor amargo y efecto astringente cuando se recogen. Si se las deja sobremadurar en casa, adquieren tonos pardos que indican la transformación de sus ácidos en azúcares y, entonces, resultan dulces y aptas tanto para elaborar mermeladas, compotas y otros derivados, como para licores macerados, destilados o fermentados, como la famosa sidra de jerbas de Centroeuropa.

El Sorbus aucuparia, serbal de cazadores, tiene  ramilletes de frutillos que van del rojo al naranja intenso, muy pequeños, amargos, casi insípidos, y ligeramente tóxicos en crudo para las personas. Sin embargo, es muy rico en vitamina C, carotenos y diversos minerales, y sus efectos negativos se disipan cuando se transforma para hacer elaborados. Precisamente se ha empleado tradicionalmente, especialmente en países de raigambre céltica, para la elaboración de mermeladas, así como de licores macerados y aguardientes destilados de diferente tipo. Además, existen en los viveros variedades con frutos más carnosos.

El Sorbus aria, mostajo blanco de nuestras montañas, tiene un fruto de alto valor ecológico, las mostajas, consumidas con avidez por aves y mamíferos. Cuando maduros, son rojos, y en este caso perfectamente comestibles por el ser humano, aunque de escaso valor gastronómico, todo hay que decirlo.

Los frutos del Sorbus torminalis, mostajo de perucos, son también comestibles, aunque igualmente de poca enjundia, si bien su valor ecológico como fuente de alimento para la fauna autóctona es innegable. Son bolitas marrones punteadas de blanco, algo mayores que las de sus parientes anteriores, y con similares propiedades, algo ácidos y ásperos, endulzándose cuando están algo pasados.

En resumen, las especies autóctonas del género Sorbus de nuestros montes proveen de frutos que, si bien no tienen mucho potencial para el consumo en fresco, sí poseen cualidades nutritivas y medicinales de interés, a lo que se úne su utilidad para la elaboración de licores. Si tenemos en cuenta que, además, son especies adaptadas a climas difíciles y a un amplio rango de suelos, y el gran valor ecológico que representan para la fauna, nos situamos ante árboles de máximo interés para repoblaciones.