Normalmente los dirige una hembra vieja. Éstas se distinguen de las jóvenes por ser muy orejudas, tener hocicos largos y estrechos, y tender a llevar la cabeza gacha.
El momento de mayor visibilidad del ciervo macho se produce durante el celo, la conocida y afamada berrea. En ese momento, los machos, repletos de testosterona, pugnan por cubrir el harén de hembras correspondiente a un territorio concreto, exhibiéndose a través de poderosos y roncos bramidos, audibles desde larga distancia durante todo el día, pero especialmente al atardecer y durante la noche. En ese tiempo es también cuando se producen las batallas entre ellos, entrechocando las cuernas, lo que causa el característico restallar que también es audible si nos encontramos cerca de la escena de la batalla. En ese periodo, que en nuestra área acontece más o menos desde mediados de septiembre hasta el primer tercio de octubre, los grupos de hembras se mantienen en su territorio y se encuentran receptivas al macho que lo domina, cuyo premio consiste en montarlas.
Las hembras maduras pasan el invierno preñadas, y dan a luz en primavera, en abril o mayo en nuestras latitudes. Las crías presentan, durante su primer verano, el característico moteado que el «Bambi» de Disney ha grabado a fuego en el imaginario popular.
Después lo pierden, y adquieren el mismo tono que los adultos. Aquí observamos un par de ejemplos de cómo las crías acompañan a sus madres:
En su primer otoño, emergen de las testudes de los machos dos pequeños pivotes, que a partir del año se convierten en dos varas apreciables, sin ramificaciones, por lo que en ese tiempo se los conoce como varetos.
En la primavera de su segundo cumpleaños aparece la primera ramificación, y por eso esa temporada se les llama horquillones. A partir del tercer año, la cuerna va añadiendo puntas, sin que el número de estas tenga que ver con la edad, sino más bien con la alimentación y el estado sanitario del animal. En general, en la cuerna podemos apreciar la luchadera, la contraluchadera, el candil, y por encima de éste, las puntas más altas forman lo que se conoce como la corona, un término que casa perfectamente con la denominación que del venado hacemos en este reportaje, el rey del bosque. Las cuernas se desprenden de las cabezas alrededor del mes de abril.
El rastro de los ciervos es fácilmente detectable, ya que, donde está presente, suele marcar claramente pistas y senderos. Su huella consiste en dos líneas paralelas, los dos dedos característicos de la pezuña artiodáctila, rectas por la parte interior y ligeramente convexas por el borde exterior.
El conjunto de la huella es más largo que ancho, y suele medir entre 6 y 9 cm. Los excrementos de los ciervos son grupos de pequeñas cagarrutas ovaladas, con un ligero pico, mayores que las de las ovejas y sensiblemente mayores que las de los corzos. Suelen encontrarse con mucha asiduidad en el monte, especialmente si seguimos las estrechas sendas entre los árboles y brezales por las que se mueven las manadas.
Como rasgo distintivo de la especie, destacaremos que, vistos desde atrás, los ciervos presentan una culera con dos francas amarillentas verticales que dejan entre sí una franja más oscura, rojiza, que es el rabo.
Para terminar, quiero hacer mención a la diferencie entre la capa veraniega, marcadamente rojiza,
y la capa invernal, parda oscura, debido a la borra que les cubre la piel.
Eso es todo, esperamos que os haya gustado esta pequeña reseña dedicada a uno de los mamíferos más emblemáticos de nuestro Sistema Ibérico Norte. Nos veremos en próximas entregas.