La relación entre el hongo Tuber melanosporum (trufa negra) y sus árboles hospedantes (encinas, quejigos, avellanos, coscojas…) es una simbiosis: ambos organismos salen ganando con la interacción. Entre ellos se crean unas estructuras fascinantes, las micorrizas, de conexión íntima entre hongo y raíces que permiten a los árboles acceder a nutrientes bloqueados en el complejo del suelo o a agua higroscópica retenida e imposible de absorber para una raíz simple. Todo ello gracias a las capacidades químicas de los hongos. ¿Y qué reciben estos a cambio? Pues nada menos que los azúcares que, mediante la fotosíntesis, las plantas son capaces de fabricar y hacer descender desde las hojas en el flujo de savia elaborada. Árbol y hongo dependen así el uno del otro, y juntos consiguen establecerse en terrenos hostiles, pobres, poco profundos y aireados, sometidos a climas ingratos, donde por sí solos lo tendrían mucho más difícil.

En la primavera de 2021 establecimos una plantación en la provincia de Burgos en un terreno que cumplía los requerimientos edáficos y climáticos propios de la trufa negra. Se trata de una plantación de secano, donde no se busca maximizar la producción sino tratar de obtener un producto de calidad con un enfoque sostenible, tratando de intervenir poco pero eficazmente, intentando elegir bien los momentos de las labores y su intensidad. Los árboles escogidos, encina (Quercus ilex rotundifolia) y quejigo (Quercus faginea), se dan de forma natural en el entorno de la parcela.

 

Desde junio de 2021, apenas 2 meses tras la plantación, la zona ha estado sometida a un marcado déficit hídrico. En los últimos 14 meses, solo 1 mes ha alcanzado su promedio histórico de precipitaciones, abril de 2022. Así pues, desde casi el principio, las plantas han estado sometidas a la sequía, una situación difícil, pero de la que, como veremos, han sabido salir por sí solas.

Tras el atroz verano de 2022, sorprendentemente son muy pocas las marras. Las plantas nos han sorprendido gratamente desarrollando los mecanismos de adaptación que les son propios a los árboles adaptados al clima mediterráneo continental, como la recuperación de agua transpirada gracias a los pelillos que tienen en el envés de las hojas, la capacidad de absorber humedad en zonas verdes de la planta, el cierre estomático prolongado en horas de mucho calor, seca selectiva de hojas de la base para favorecer y primar los brotes jóvenes de la zona apical… y, cómo no, el crecimiento radicular en profundidad ayudado por las micorrizas para el aprovechamiento de sustancias y humedad poco accesibles. Todo este despliegue de adaptaciones ha redundado en un resultado tan gratificante como sorprendente.

Quejigos en septiembre de 2022 (reseñable crecimiento en altura teniendo en cuenta las condiciones padecidas):

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Encinas en septiembre de 2022 (poco crecimiento en altura pero buen estado y muy probable desarrollo de raíces profundas, garantía de futuro):

Estamos intentando mantener un proyecto trufero con cierta diversidad (2 especies) pero, sobre todo, resiliente ante los retos climáticos que se nos vienen. Optando por producir calidad por encima de la cantidad, y hacer aprovechamientos sostenibles tanto en lo medioambiental como en lo económico, tan necesarios en zonas despobladas con pocos recursos.