Municipio de Ibeas de Juarros (Burgos), 26 de marzo de 2008.
imagen de cómo se ve el Trigaza (2.086 m, en el centro de la imagen) y el San Millán (en el extremo derecho, 2.131 m), los techos de Burgos, desde los páramos altos de los valles de Juarros, con esa tonalidad rosada tan característica que refleja la nieve con la luz del atardecer:

Más adelante nos encontramos con esta musaraña muerta, presumiblemente envenenada. No soy experto en estos micromamíferos, pero, siguiendo las guías de fauna, por la zona en que habitaba, sus tres tonalidades (parda en lomo, crema en los costados y blancuzca en la zona ventral), y las puntas rojas de sus dientes, supuse que se trataba de musaraña tricolor (Sorex coronatus). Un pequeño ser común en nuestros campos, que se aventura frecuentemente en gallineros y tenadas (como se las llama en Burgos, «tainas» o «majadas» en Soria).
Mientras discurría por medio de los trigales, aprecié movimiento en la parte media de la ladera contigua, me giré, y, tal como había supuesto, allí estaba el corzo (Capreolus capreolus). Se alejó unos metros, y, como de costumbre en ellos, se detuvo a observarme durante un momento, que aproveché para tirarle unas fotos, de las que os pongo unas muestras. Se trataba de un macho, culera inconfundible. Se aprecia la cuerna nueva de este año, y por la observación con prismáticos que me dio tiempo a hacer, yo creo que era horquillón (dos años), pero la ampliación de las fotos no ha ayudado a aclarármelo (lee nuestra entrada sobre el Corzo).

A pocos metros, me encontré una huella de jabalí estupendamente impresa en la tierra blanda de labrantío. El jabalí presenta una huella en ocasiones confundible con la de una cierva, pero, a diferencia del ciervo y el corzo, suele imprimir los cuatro dedos en cada pisada, siendo las marcas de los dos traseros muy abiertas, casi perpendiculares a los delanteros, como se ve en la imagen. Ciervos y corzos imprimen alguna vez los dedos traseros, sobre todo cuando el suelo está muy blando y la pezuña se hunde un poco al andar, pero en este caso son dedos más pequeños y redondeados que los del jabalí, y no se abren en perpedicular al paso.
Entre tanto, negros y amenazantes nubarrones procedentes del oeste avanzan raudos hacia las cumbres de la Demanda.
Al “chocar” con las montañas, las panzudas nubes no tienen más remedio que soltar su carga de nieve:
Siguiendo con nuestro deambular, os muestro ahora a un viejo conocido, el roble “Mazarra”, un quejigo singular, vigilante de un pozo que recibe el mismo nombre, y emblemático para las gentes de la zona.
Su singularidad radica en haber sido el único árbol de esta parte del monte durante mucho tiempo. Esta ha sido zona agrícola y ovejera durante siglos, pero las presiones humana y ganadera se han reducido en las últimas décadas, de forma las bellotas del roble “Mazarra” están originando descendientes que arraigan en los alrededores.
Sin embargo, no son los descendientes del Mazarra los únicos árboles que se observan ahora por el paraje en que nos hallamos. La progresiva transformación de este enclave queda patente en esta imagen, en la que se aprecia cómo verdean ya las repoblaciones de pinos. Esta repoblación, a pesar de que en la imagen no se aprecia, se compone, grosso modo, de 60% pino (nigra + pinaster) y 40% quercus (encina + quejigo).
Aunque muy atacada por la procesionaria en las últimas campañas, esperamos que los árboles puedan seguir tirando y que, dentro de unos años, haya bosquetes curiosos por estos montes donde ya casi no quedan ovejas que pastorear.

Como colofón al paseo, el gigante San Millán y su lugarteniente Trigaza parecen intentar salir de entre las nubes por un instante, para despedirse.
Y hasta aquí llega la jornada. Otro día mostraremos la otra cara de los Juarros, la de los bosques añejos de quejigos y encinas cubriendo laderas en una lenta transición hacia las montañas…
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