SORIA, 14 de Diciembre de 2008.
Esta mañana he salido a dar un paseo por mi ciudad, Soria, con
intención de disfrutar de los paisajes nevados que dejó el frente que nos cruzó ayer
sábado. El espesor de la nieve en la ciudad ha sido de unos 20 cm.
La mañana era de nubes y claros, pero con la claridad que aporta el
suelo nevado, proporcionando esa luz tan especial y fotogénica, muy
característica. Era uno de esos días que tanto inspiraban a Machado,
auténtico amante de la naturaleza y diseccionador de otoños e inviernos
evocadores. Motivado por esta reflexión, he recorrido algunos de los
rincones machadianos de la ciudad.
La primera imagen, un parque de mi barrio, como no podía ser de otra manera repleto de niños y trineos, aunque éstos no aparezcan en la foto.
Me he llegado a la Plaza Mayor, recopilando esta estampa del teatro de la Audiencia, cuyo reloj fue mencionado por Machado en su afamado poema: «Soria fría, la campana de la audiencia da la una…»
Y esta otra de la Fuente de los Leones, popular en la ciudad
Un detalle de las fauces de un león de piedra, de gélida «sonrisa», y es que hoy, los carámbanos de hielo («chupiteles») abundaban en cornisas y canalones
He tomado dirección hacia el Duero, siempre bajando, como solía hacer el poeta, y como hicieran, antes que él, Bécquer, y después que él, Gerardo Diego. Es así como he llegado al barrio de San Pedro, donde se encuentra la concatedral del mismo nombre. Un paréntesis para mostrar los efectos de la nevada sobre una calle cualquiera
Alcanzada la orilla del Duero a su paso por Soria, y mirando hacia aguas arriba desde ese punto, el puente principal del Duero en nuestra pequeña capital
Un poco más adelante, se me ofrecía la vista del mismo puente, en su otro extremo, con un tramo de la antigua muralla de Soria tras él, conjuntos de piedras impávidas ante el paso de cientos de inviernos. Precisamente sobre ese tramo de muralla, en lo alto de una «colina que lame el Duero», se encuentra uno de los rincones favoritos del poeta, un buen mirador junto a la ermita de la Virgen del Mirón, hoy aderezado con una obra de arte recordatoria de Machado, si bien todo esto no aparece en este reportaje porque me pillaba muy lejos…
Una vez en la otra orilla del Duero, superadas las choperas del «Sotoplaya», zona ribereña donde los sorianos tienen un bellísimo lugar de esparcimiento, se llega hasta el túnel de San Polo, antiguo monasterio templario, paso obligado para todos aquellos que se dirijan hasta la famosa ermita de San Saturio desde esta parte de la ciudad.
Junto a San Polo, huertas de frutales, esperando una nueva primavera
El viejo puente de hierro del ferrocarril, línea Soria-Zaragoza, hoy, como casi todo en esta tierra, fósil de un mundo olvidado
San Saturio aparece, de repente, a lo lejos, al final del largo camino flanqueado por chopos.
El camino está delimitado, a un lado, por el Duero, y al otro, por las laderas de la Sierra de Santa Ana, monte que ostenta el techo del espacio capitalino de Soria, cubierto de escaramujos, endrinos, aladiernos… y sobre todo de duras encinas pardas, también muy citadas por Machado, que presentaban esta cara tras el temporal.
«He vuelto a ver los álamos dorados, álamos del camino en la ribera … ¿No ves, Leonor, los álamos del río con sus ramajes yertos? …» decía el poeta a una ya desaparecida Leonor, arrebatada por la tuberculosis, arrancando de Machado mucha vida, pero generando a su vez una corriente creativa que supuso lo mejor de su obra. Aún hoy, tantos años después, «tienen en sus cortezas grabadas iniciales que son nombres de enamorados…»
Algunos sorianos suelen aprovechar estas ocasiones para sacar los esquíes y moverse con ellos por las muchas cuestas de la ciudad, y también, cómo no, para acercarse a ver al Santo eremita visigodo, como éstos a la puerta de la famosa ermita
Nos desviamos de nuevo hacia la orilla del Duero
Desde la orilla, mirando hacia arriba, se vislumbra la ermita construida sobre la gran cueva en la caliza de Santa Ana, alzándose sobre nevados matorrales
Cruzamos a la otra orilla por otro puente, y, volviendo la vista atrás, disfrutamos de la ermita en su conjunto
De vuelta a mi barrio, visita al famoso olmo viejo del poema de A. Machado:
Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.
  ¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
  No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
  Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.
  Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas en alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
Este árbol terminó cediendo, como tantos otros en España, debilitado hasta la extenuación por la grafiosis, pero su esqueleto perdura, y aquí lo muestro, en el jardín de la iglesia de Nuestra Sra de El Espino
Subiendo hacia el castillo de Soria, vista de la estatua del Sagrado Corazón
Desde ahí, vista al barrio de San Pedro, abajo, junto al río
Por último, una vista general del centro de la ciudad, desde el cerro del Castillo. «Soria fría, Soria pura…»
Eso es todo, espero que os guste, yo he disfrutado mucho recorriéndolo y componiendo este pequeño reportaje. Saludos