Cada uno de los despoblados de las Tierras Altas de Soria tiene un carácter único y peculiar, como lo tienen en general todos los pueblos, pero si hay que destacar a uno por singular, el primero que me viene a la mente es Villarijo. Para empezar es, junto con Cigudosa, el pueblo más bajo de la geografía soriana, de hecho, son los dos únicos a menos de 800 m sobre el nivel del mar.

Se encuentra en el fondo del valle del Linares, cerca de la raya con La Rioja, tan encajonado entre montes de marcado desnivel, que la naturaleza le ha provisto de una suerte de microclima termófilo, el cual permitió a sus habitantes, en tiempos, cultivar un amplio rango de frutales y hortalizas impropios de las frías tierras sorianas. Al igual que la cercana Vea, Villarijo contaba, entre muchas otras especies, con plantaciones de olivos, pero además, poseía un tesoro especial, un trujal, un molino donde se extraía aceite de oliva, una rareza única en la provincia de Soria.

La primera vez que acometí la visita a Villarijo, en 2009, fue por razones de trabajo. Estábamos lozalizando serbales o jerbos (Sorbus domestica) de los que obtener material vegetal de reproducción con el fin de recuperar el cultivo de esta especie autóctona, tan útil en el pasado y tan descuidada hoy en día. Era una luminosa mañana de otoño, si bien al pasar el puerto de Oncala, encontramos una densa niebla baja en el valle del Río Mayor/Linares entre las poblaciones de Oncala y Navabellida.

Nuestra ruta de aquel día partió de Taniñe por las pistas forestales en busca de Buimanco,
Valdemoro de San Pedro,
y Armejún, en cuyas huertas aún son visibles decrépitos representantes de variados frutales.
Desde Armejún, la pista inicia un abrupto descenso en busca del hondo valle del Linares,
Durante una de las paradas para medir y catalogar ejemplares dispersos de serbal, sorprendemos a una simpática amiguita entre los pinos.
Antes de que tuviéramos apenas tiempo de admirar sus orejotas, oímos un crujido brusco a nuestro lado, y al girarnos, tuve tiempo de captar la imagen de la corza madre, que saltaba ágil iniciando la huida.
Salimos de nuevo a la pista justo a tiempo de verlas a las dos juntas en la otra margen, sobre el talud, detenidas con curiosidad por unos instantes antes de reemprender su carrera.
Aquí una imagen de uno de los ejemplares de serbal catalogados en aquella jornada, en parte teñido ya con sus tonos otoñales. Este árbol fue otrora proveedor de frutos (llamados en nuestras comarcas jerbas, sierbas, pomas, perillas…) astringentes y ligeramente agrios, fermentados para fabricar vinos y sidras, o sobremadurados en pajares y desvanes para consumirse más dulces. Además, su madera es considerada una de las de mayor calidad y belleza de entre las empleadas como maderas nobles. Como si esto fuera poco, es también una especie de gran valor ornamental, con hojas de bonita forma y diferentes tonalidades a lo largo del año, flores blancas muy llamativas, frutos vistosos… El serbal es un árbol muy nuestro, excelentemente adaptado a nuestros climas y suelos, que antaño proveía la economía rural, y hoy se encuentra, como tantas otras especies y variedades autóctonas, en situación marginal.

En el descenso observamos signos de cambio de ambiente, sirvan como muestra estas estepas merinas (Cistus albidus), plantas de carácter mediterráneo. Parece mentira que pueblos tan próximos como Buimanco y Villarijo presenten diferencias tan marcadas, el uno de ambiente eurosiberiano puro, el otro visiblemente mediterráneo.

Nos sorprende un alto paredón cerrando el valle en la orilla contraria del Linares. El desnivel entre la línea del río y la del monte en ese punto se aproxima a los 550 metros.
Llegamos a una zona de terrazas, donde los árboles, tanto los semidomesticados como los silvestres, se han apoderado del terreno, y allí, vislumbramos por fin el perfil de Villarijo, perfectamente integrado en el medio.
En las antiguas terrazas se observan más especies típicas de clima mediterráneo, como el arce de Montepellier (Acer monspessulanum),

y muestras patentes de la antigua diversidad hortofrutícola de este paraje, como el olivo,
el nogal ó noguera, del que mostramos la curiosa imagen de una nuez vaciada por algún animal fuerte y hábil…
También abundan las higueras
y los morales ó moreras (Morus nigra), árboles muy ligados a la cultura rural.
Justo antes de alcanzar la primera casa del pueblo, volvemos la vista hacia la ribera del Linares, que hace aquí una curva, se ensancha, y permite el asentamiento de una pequeña vega donde crece una fronda, que en el otoño nos ofrece estas preciosas estampas multicolor,

 

 Una calle abierta nos introduce en el seno de la localidad,
En el interior, calles limpias de zarzas y matorral, y algunas casas que denotan mantenimiento ocasional, nos dan muestra de que hay quienes se preocupan aún hoy por este pueblo, aunque no lo puedan habitar permanentemente.

 

 

 

 

Me gustó especialmente esta calle descendente en curva, con un moral colgante en la parte izquierda, y la impresionante vista de la escarpada ladera contraria por encima de los tejados.
Abundan los frutales por las calles, y prácticamente cada casa luce una parra, como la que enmarca esta puerta que tantos años lleva sin girar sobre sus goznes…
La iglesia, aún en pie, tiene un estilo arquitectónico similar al de las de los despoblados vecinos.
En la parte trasera de la nave de la iglesia, hay un edificio singular, una torre cuadrada de piedra que, junto con el campanario, define el perfil de este pueblo cuando se le mira desde la distancia, pero de la cual no sabemos el fin. Si alguien lo conoce, nos encantaría que nos ilustrara, pues sin duda tendrá una historia muy curiosa detrás.
Otra curiosidad fue esta especie de improvisado mayo, pingado seguramente por los amigos de este pueblo durante el verano, que se alza solitario.
Precisamente estos amigos han hecho otros arreglos en zonas comunes del pueblo, que se aprecian en esta arcada,

 

y este curioso jardín, con fuente y viejo melocotonero incluidos.
El espíritu de los benefactores de Villarijo, se resume en esta nota que pende como aviso a navegantes y petición de colaboración:
Por encima de los tejados, siempre el alto muro montano que protege al valle y lo dota de su clima singular, que supieron explotar, de forma sostenible (antaño no existía otra), los habitantes de este enclave durante siglos, hasta sucumbir, apenas hace unas décadas, al castigo de un desarrollo desigual, irracional, implacable, e injusto.
De entre los arroyos que nacen en estas laderas olvidadas, hay uno del que cuentan que manaba aguas termales, como las de la no lejana población de Arnedillo, y que las mujeres de Villarijo usaban para lavar la ropa. A esas aguas se les atribuyó en tiempos propiedades medicinales, hasta el punto de que he leido por ahí que llegó a funcionar un balneario en esta localidad.
El pueblo es accesible también siguiendo el fondo del valle desde San Pedro, por Vea y Peñazcurna, o empezando desde Valdeperillo, aguas abajo.
Nuestros mejores deseos para los que están intentando cuidar aún de esta localidad, que, como tantas otras, nos encantaría que pudiera ser poblada de nuevo.